viernes, 3 de abril de 2015

Catherine.

Me desperté aturdida mirando hacia todos lados tratando de ubicarme, pero no lo logré. Aquel cuarto me era totalmente desconocido. De un salto salí de la cama, me puse en pie y me apresuré a la puerta, descubriendo con horror que la habían cerrado desde fuera. Escuché un ruido y pegué la oreja a la puerta. Alguien se acercaba, así que eché a correr por el inmenso cuarto para meterme de nuevo en la cama. Oí como se abría la puerta y, disimuladamente, abrí un poco los ojos para ver quién había entrado. Era un hombre alto, de piel morena y de largo cabello negro recogido en una trenza. Era muy atractivo y con paso firme se estaba acercando a la cama. Yo me tensé al ver que se había tumbado a mi lado. De repente noté como una de sus manos se posaba sobre mis pechos mientras que deslizaba la otra una y otra vez por mi entrepierna. Aquella situación me resultaba muy extraña pues a pesar de no saber quién era aquel hombre, mentiría si dijese que aquello me desagradaba ya que en cierto modo me excitaba de una manera incontrolable. Sin previo aviso, acercó su boca a mi oído para susurrarme con una voz bastante erótica: -Querida, no te hagas la dormida, que sino no lo vas a disfrutar enteramente. Yo me ruboricé mientras él se reía, y me aparté, exigiéndole saber quién era él y dónde me encontraba pero con un ligero tirón me tumbó y rápidamente se dispuso a quitarme los pantalones con pasmosa habilidad. Seguidamente deslizó su mano derecha entre mis piernas, acarició la cara interna de mis muslos y, esquivando mi tanga, introdujo dos dedos dentro de mí. No pude contenerme y un gemido rasgado brotó de mi garganta. Él no dejaba de mover los dedos que se hallaban en mi interior. Introdujo un tercero. Me besaba el cuello y con la mano que le quedaba libre me arrancó la camiseta. Lamía cada parte de mi cuerpo, yo estaba exhausta, gemía, me retorcía, estaba totalmente rendida a ese hombre. Sentía que en cualquier momento iba a explotar, y de repente sacó los dedos. Yo hice una mueca de desesperación pues estaba deseando que volviera a masturbarme con aquellos ágiles dedos expertos. Me fui a incorporar pero aquel desconocido me agarró de la cintura y con un brusco empujón me puso bocabajo, pero elevándome el trasero. Vi como se desabrochaba el pantalón y, antes de que pudiera hacer nada, introdujo su miembro lubricado en mi culo. Se retiró un poco y una segunda metida me abordó. Metida tras metida. Embestidas brutales. No sabía quién era ese hombre, pero si algo sabía era que jamás nadie me había follado de ese modo. Yo estaba envuelta en sudor, gemidos. Me agarraba desesperadamente a la almohada y hundía la cara en ella para no gritar. Como un regalo, aquel hombre comenzó a masturbarme a la par que seguía haciendo uso de mi culo. Se formó un cúmulo de sensaciones. Un intenso placer me recorría todo el cuerpo y era tan intenso aquello que comencé a temblar. Mi cuerpo era suyo. Estaba en sus manos, si me soltaba caería desplomada. En mi cabeza solo imploraba que no parase, que me la metiese hasta el fondo y no cesara aquella extasíaca sensación que me recorría por completo. De repente todo aquel placer se concentró en la parte interna de mi clítoris y terminé en una explosión de calor, con violentas sacudidas. Aquel excitante desconocido me había hecho llegar al orgasmo más intenso y placentero de toda mi vida, no podía creerlo. Él me soltó suavemente y me acarició la cara. Yo aún estaba envuelta en una capa de sudor y temblores. Me dio un beso en la frente, se vistió y se fue. No entendía lo que había pasado, solo sabía que aquello no acabaría ahí.
Tras una larga noche de incertidumbre y de largas inspecciones a fondo de aquel inmenso cuarto, sin hallar nada de mi interés, decidí esperar pacientemente a que alguien viniera a buscarme, con la vaga esperanza de que fuese aquel atractivo hombre que me hizo temblar de placer. Horas y horas pasaron, yo ya me había vestido y estaba alerta de la puerta, hasta que escuché unos pasos aproximándose a mi cuarto y me tensé. La puerta se abrió y apareció un hombre bastante apuesto, alto, de piel blanca y cabellos rubios que caían por su frente. -Buenos días Catherine, me llamo Drew, el Amo Xavier me ha pedido que te baje a comer algo y luego te lleve a verle. Seguramente ya te vino a dar el recibimiento él mismo anoche.- Dijo entre risas. Quise preguntar que cómo sabía mi nombre y muchísimas más preguntas que aparecían por mi mente pero no estaba en situación de reprochar, así que seguí a Drew por un elegante e interminable pasillo, camino hacia un ascensor. En ese momento me acordé de aquel hombre imponente que me había hecho retorcerme a causa de un placer exquisito. Aquel hombre al que, sin saber ni su nombre, había deseado con el más absoluto recelo que pudiera imaginarme. Ahora ya sabía su nombre, Xavier... Era hipnótico.
Lili.

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