Consideramos la ceniza un fracaso, los restos de alguien que se consumió a sí mismo en un esfuerzo relativamente inútil, ya que si no lo fuera no habría acabado consumido. Triste, y sin embargo no tan cierto. No porque algo nos consuma hemos fracasado, no por quemarnos somos peores que el que aún arde a fuego lento, el que conserva su oxígeno y no lo quema todo en un momento de locura. A veces lo mejor que habremos hecho vendrá de habernos consumido, de haber dejado que algo nos llegará tan dentro que acelerase nuestro incendio interior, y saber, que no todo el mundo sería capaz de hacer algo así. Y no es por valentía, que da un poco igual en este caso, ni cobardía a la hora de frenar, que aquí ni aparece ni deja de aparecer, es algo más. Dejar que algo que de verdad te llena aunque sepas que te estás consumiendo es un acto de humanidad, simple humanidad, de sentir más y pensar menos, de poner menos límites a lo que creemos y queremos. Nunca somos tan humanos como cuando nos dejamos consumir por algo que realmente nos apasiona, aunque nos consuma.
Porque la gente solo mira las cenizas, durante un rato, y luego desaparece mientras invoca el fracaso desde sus labios. Pero jamás se queda a observar las cenizas, solo se va alegrándose de ser una llama tan tenue que nadie note su resplandor, a consumirse lenta y dificultosamente, mientras en el fondo piensa qué puede ser tan intenso para consumirte tan rápido y qué se debe sentir en el proceso. Y las cenizas, con el tiempo, toman forma de nuevo, y remodelan a aquella persona que se consumió, surge más fuerte, sabiendo algo más, y casi siempre queriendo encontrar algo tan intenso que vuelva a consumirle. Sabe que esa sensación no tiene precio, y como tal la busca.
Jack
No hay comentarios:
Publicar un comentario