Recibo a la noche llorando, como siempre, de impotencia. Decido tomarme un descanso y me dirijo a la ventana con un paquete de tabaco y nada más. Asomo al llegar, la cabeza, con los ojos cerrados, intento que me llegue el olor a pino que desprenden los árboles de la vuelta. En vez de esto, huelo a contaminación y a muerte. Me intoduzco de nuevo dentro de la habitación con mal cuerpo. Me tiembla el pulso pero aún así saco un cigarro y me lo coloco entre los labios. Allá vamos. Tomo el mechero con la mano derecha y lo enciendo. Aspiro. La piedra quema y lo devuelvo a la caja. Cojo el cigarro con dos dedos y tras soltar el humo me lo vuelvo a llevar a la boca. Me hipnotiza ver cómo sale lentamente, poco a poco. Entonces empiezo a olvidar por qué estoy fumando sentada en la ventana, mirando hacia la luna, que lo ilumina todo. Le pido que me haga feliz al menos un momento. Se consume poco a poco el cigarro y lo apago. Otro le sigue.
Son ya las cuatro de la mañana y llevo dos horas en la ventana. Decido moverme con un sabor apagado de tabaco en la boca. Me caigo en la cama y me cubro la cabeza con la sábana. Apenas veo nada, sólo la luz que se cuela por la ventana. Ahora sólo escucho el silencio. O quizá no, quizá sea un silencio falso porque...puedo oír las manecillas del reloj, infrenables, las motos aceleradas en la carretera, los borrachos del bar de abajo que se quejan porque no pueden pagar, a los árboles susurrar.
Se me pega la sábana a la piel, estoy sudando y no sé si es de calor o excitación ya que estoy desnuda. Debería sentirme agobiada por ello, pero me niego, esta noche decido disfrutarla a solas.
Abrahel.
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